jueves, 30 de septiembre de 2010

CARAPAN DE MOISES SAENZ

C A R A P A N
M O I S E S S A E N Z

Cuando llegábamos adonde corre el agua, y sobre
todo al acercamos a los manantiales de Carapan, encontrábamos
grupos de mujeres acarreando el líquido en cántaros rojos de forma
esférica, decorados opulentamente, en negro, o en blanco y anaranjado,
con figuras de flores y de animales de atrevida estilización.
Cuando nos veían las mujeres esquivaban la mirada y se alejaban
cuanto más podían acelerando el paso leve y el ritmo de los brazos,
sin perder el equilibrio del cántaro sobre la cabeza.
El centro de Carapan es la plaza, desnuda, con calle al poniente
donde quedan la «tenencia» y la escuela, con portales; al norte
hay un jardín de rosas y canas que cuidan los niños; al oriente veo
el atrio de la iglesia, bordeado con adobes rojizos por encima de los
cuales levantan muy alto sus ramajes cónicos dos filas de cipreses
añosos. La calle y camino pasa por el lado del sur, frente a una
tapia baja que limita el atrio menor de la Capilla de Don Vasco,
donde hay unos fresnos. La iglesia, de fachada blanca, está cerrada.
La capillita hace mucho que no se abre.
La plaza estaba vacía, silenciosa como el pueblo. La cobijaba un
cielo muy azul y estaba llena de esa luz espesa que amorata las sombras
y borra el perfil de las cosas. Me gustó aquel silencio, aquella
aparente soledad. Yo sabía que docenas de ojos nos veían furtivamente
desde los portones de aquellas casas enjalbegadas, por encima
apenas de las tapias de todos los corrales. Mejor que no
hubiera salido ningún comité de recepción, ni hubieran tronado un
solo cohete, ni nos hubiera dicho un discurso ningún maestro. Este
silencio y esta plaza vacía eran una bienvenida mejor. Me imaginaba
que estaba ya integrándome a la vida de Carapan, y me dio el
corazón un vuelco de impaciencia por estar ya aquí, para quedarme.
La iglesia tiene torres, pero las campanas se tocan desde un campanario
de adobe rojizo construido en el ángulo del atrio. Una estructura
de dos cuerpos, cuadrada y gruesa, como torre de moros,
un poco ruinosa, lo suficiente para dar a la plaza un aire arcaico y
solemne.
María García, directora de la escuela, nos presentó a Tomás, el
«jefe de tenencia» y a dos o tres vecinos, indios todos, vestidos de
overol de mezclilla y blusa de manta. Vemos a los cincuenta
niños alumnos. No había duda de que estábamos en una comunidad
indígena al ciento por ciento.
FRAGMENTO DEL LIBRO CARAPAN DE MOISES SAENZ
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